Espiritualidad en lo cotidiano

CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO
(The Screwtape Letters
por  C. S. LEWIS


"Se aconseja a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso"

"La mejor forma de expulsar al diablo, si no se rinde ante el texto de las Escrituras, es mofarse y no hacerle caso porque no puede soportar el desprecio." LUTERO

"El diablo... el espíritu orgulloso... no puede aguantar que se mofen de él..." TOMÁS MORO

"Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.  Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos" (Sagrada Biblia 1ª Carta de San  Pedro  5,8).

PREFACIO

No tengo la menor intención de explicar cómo cayó en mis manos la correspondencia que ahora ofrezco al público.

En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero. El género de escritura empleado en este libro puede ser logrado muy fácilmente por Cualquiera que haya adquirido la destreza necesaria; pero no la aprenderán de mí personas mal intencionadas o excitables, que podrían hacer mal uso de ella.

Se aconseja a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso. No debe aceptarse como verídico, ni siquiera desde su, particular punto de vista, todo lo que dice Escrutopo. No he tratado de identificar a ninguno de los seres humanos mencionados en las cartas, pero me parece muy improbable que los retratos que hacen, por ejemplo, del padre Spike, o de la madre del paciente, sean enteramente justos. El pensamiento desiderativo se da en el Infierno lo mismo que en la Tierra.

Para terminar, debiera añadir que no se ha hecho el menor esfuerzo para esclarecer la cronología de las cartas. La número XVII parece haber sido redactada antes de que el racionamiento llegase a ser drástico, pero, por lo general, el sistema de fechas diabólico no parece tener relación alguna con el tiempo terrestre, y no he intentado recomponerlo. Evidentemente, salvo en la medida en que afectaba, de vez en cuando, al estado de ánimo de algún ser humano, la historia de la Guerra Europea carecía de interés para Escrutopo.

C. S. LEWIS
Magdalen College, 5 de julio de 1941


Las cartas de Escrutopo aparecieron durante la segunda guerra alemana, en el desaparecido Manchester Guardian.

Tuvieron una acogida como nunca hubiera soñado. Las críticas fueron elogiosas o estaban llenas de esa clase de irritación que le dice al autor que ha dado en el blanco que se proponía; las ventas fueron inicialmente prodigiosas (para lo que acostumbran venderse mis libros), y se han mantenido estables.

Desde luego, las ventas de un libro no significan lo que los autores esperan. Si se midiese lo que se lee la Biblia en Inglaterra en función del número de Biblias vendidas, se cometería un grave error. Pues bien, en una escala más modesta, las ventas de Las cartas de Escrutopo encierran una ambigüedad semejante: es él tipo de libro que se suele regalar a un ahijado, que se lee en voz alta en las residencias de ancianos. Es, incluso, el género de libro que, como he podido observar con una sonrisa escarmentada, tiende a ser depositado en los cuartos de invitados, para llevar en ellos una vida de ininterrumpida tranquilidad, en compañía de The Road Mender, John Inglesant y La vida de las abejas. A veces se compra por motivos más humillantes todavía. Una señora que yo conocía descubrió que la joven y encantadora enfermera en prácticas que, llenaba su bolsa de agua caliente en el hospital, había leído Cartas.

Con todo, una vez hechas todas las salvedades, el libro ha tenido un número suficiente de lectores de verdad como para que valga la pena dar respuesta a algunos de los interrogantes que ha suscitado entre ellos.

La pregunta más corriente es si realmente "creo en el Diablo". Ahora bien; si por "el Diablo" se entiende un poder opuesto a Dios y, como Dios, existente por toda la eternidad, la respuesta es, desde luego, no. No hay más ser no creado que Dios. Dios no tiene contrario. Ningún ser podría alcanzar una "perfecta maldad" opuesta a la perfecta bondad de Dios, ya que, una vez descartado todo lo bueno (inteligencia, voluntad, memoria, energía, y la existencia misma), no quedaría nada de él.

La pregunta adecuada sería si creo en los diablos. Sí, creo. Es decir, creo en los ángeles, y creo que algunos de ellos, abusando de su libre albedrío, se han enemistado con Dios y, en consecuencia, con nosotros. A estos ángeles podemos llamarles "diablos". No son de naturaleza diferente que los ángeles buenos, pero su naturaleza es depravada. Diablo es lo contrario que ángel tan sólo como un Hombre Malo es lo contrario que un Hombre Bueno. Satán, el cabecilla o dictador de los diablos, es lo contrario no de Dios, sino del arcángel Miguel.

Es mi opinión. Y me parece que explica muchas cosas. Concuerda con el sentido llano de las Escrituras, con la tradición de la Cristiandad y con las creencias de la mayor parte de los hombres de casi todas las épocas. Y no es incompatible con nada que las ciencias hayan demostrado.

Debiera ser innecesario (pero no lo es) añadir que creer en los ángeles, buenos o malos, no significa creer en unos ni en otros tal y como se les representa en las artes y en la literatura. Se pinta a los diablos con alas de murciélago y a los ángeles con alas de pájaro, no porque nadie sostenga que la degradación moral tienda a convertir las plumas en membrana, sino porque a la mayoría de los hombres le gustan más los pájaros que los murciélagos. Se les pintan alas, para empezar, con la intención de dar una idea de la celeridad de la energía intelectual libre de todo impedimento. Se les confiere forma humana porque la única criatura racional que conocemos es el hombre. Al ser criaturas superiores a nosotros en el orden natural, incorpóreas o que animan cuerpos de un tipo que ni siquiera podemos imaginar, hay que representarlas simbólicamente, si se quiere representarlas de algún modo.
Además, estas formas no sólo son simbólicas, sino que la gente sensata siempre ha sabido que eran simbólicas. La teología cristiana ha explicado casi siempre la "aparición" de un ángel del mismo modo. "Sólo los ignorantes se imaginan que los espíritus son realmente hombres alados", dijo Dionisio en el siglo V.

Los símbolos literarios encierran un mayor peligro, ya que no son tan fácilmente reconocibles como simbólicos. Los mejores son los del Dante: ante sus ángeles nos sumimos en un auténtico temor reverencial, y sus diablos se aproximan mucho más -por su rabia, despecho e indecencia. Pero la imagen verdaderamente nociva es el Mefistófeles de Goethe. Es Fausto, y no Mefistófeles, quien de verdad exhibe la implacable, insomne y crispada concentración en sí mismo que es la marca del infierno. El divertido, civilizado, sensato y flexible Mefistófeles ha contribuido a fortalecer la ilusoria creencia de que el mal es liberador.

Un hombre pequeño puede evitar, en ocasiones, un error cometido por un gran hombre, y yo estaba decidido a conseguir que mi simbolismo no incurriese, al menos, en el mismo error que el de Goethe. Porque el humor implica un cierto sentido de las proporciones, y la capacidad de verse a uno mismo desde fuera, y yo creo que, atribuyamos lo que atribuyamos a los seres que pecaron de orgullo, no debemos atribuirles precisamente eso. "Satán cayó por la fuerza de gravedad", dijo Chesterton. Se debe representar el Infierno como un estado en el que todo el mundo está perpetuamente pendiente de su propia dignidad y de su propio enaltecimiento, en el que todos se sienten agraviados, y en el que todos viven las pasiones mortalmente serias que son la envidia, la presunción y el resentimiento. Eso, para empezar; en cuanto a lo demás, mi elección de símbolos depende, supongo, de mi temperamento y de la época.

Me gustan mucho más los murciélagos que los burócratas. Vivo en la Era del Dirigismo, en un mundo dominado por la Administración. El mayor mal no se hace ahora en aquellas sórdidas "guaridas de criminales" que a Dickens le gustaba pintar. Ni siquiera se hace, de hecho, en los campos de concentración o de trabajos forzados. En los campos vemos su resultado final, pero es concebido y ordenado (instigado, secundado, ejecutado y controlado) en oficinas limpias, alfombradas, con calefacción y bien iluminadas, por hombres tranquilos de cuello de camisa blanco, con las uñas cortadas y las mejillas bien afeitadas, que ni siquiera necesitan alzar la voz. En consecuencia, y bastante lógicamente, mi símbolo del Infierno es algo así como la burocracia de un estado-policía, o las oficinas de una empresa dedicada a negocios verdaderamente sucios.

En este sentido mi símbolo me parece útil, porque permitía, por medio de paralelismos terrenales, describir una sociedad oficial sostenida enteramente por el miedo y la avaricia. En la superficie, los modales de sus habitantes son normalmente amables; la grosería para con los superiores de uno sería, evidentemente, suicida, y la grosería para con los iguales podría ponerles en guardia antes de que uno estuviese preparado para adelantárseles. Y es que, por supuesto, el principio rector de toda la organización es que "el perro se come al perro". Todos desean el descrédito, la degradación y la ruina de los demás: todos son expertos en el arte del informe confidencial, la alianza fingida, la puñalada a traición. Por encima de todo eso, sus buenos modales, sus expresiones de grave respeto, sus "homenajes" a los invaluables servicios prestados por los demás, constituyen una tenue corteza, que de vez en cuando se agrieta, y hace erupción la lava ardiente de su odio mutuo.

Los ángeles malos, como los hombres malos, son enteramente prácticos. Tienen dos motivaciones. La primera es el temor al castigo: al igual que los países totalitarios tienen sus campos de tortura, mi Infierno contiene Infiernos más profundos, que son sus "correccionales". Su segunda motivación es una especie de hambre. Me imagino que los diablos pueden, en un sentido espiritual, devorarse mutuamente; y devorarnos a nosotros, claro.

En la Tierra, a este deseo se le llama con frecuencia "amor". En el Infierno, me imagino, lo reconocen como hambre. Pero allí el hambre es más voraz, y se puede satisfacer más completamente. Allí, sugiero, el espíritu más fuerte -tal vez no haya cuerpos que lo impidan- puede absorber real e irrevocablemente al más débil en su interior, e imponer perpetuamente su propio ser a la individualidad atropellada del más débil. Por eso, me imagino, los diablos desean las almas humanas y las de los otros diablos; por eso Satán desea a todos sus seguidores, a todos los hijos de Eva y a todas las huestes del Cielo: sueña con la llegada de un día en que todos estén dentro de él, cuando todo aquel que diga "yo" sólo pueda decirlo a través de Satán.

Poco importa de qué modo se lean las cartas, ya que su intención no era, por supuesto, la de especular acerca de la, vida diabólica, sino la de iluminar, desde un ángulo nuevo, la vida de los hombres.

Me pregunta curiosamente por los nombres de los diablos, eran inventados. Y una vez inventado un nombre, podría especular, como cualquier otra persona (y no con más autoridad que cualquiera), acerca de las asociaciones fonéticas que me produjeron el efecto desagradable. Me imagino que escroto, Gestapo, topo y tópico tuvieron algo que ver con el nombre de mi protagonista y que baba, bobo, lapo y lapa han ido a parar a Babalapo.

Algunos me han hecho el inmerecido elogio de suponer que mis Cartas eran el fruto maduro de largos años de estudios de teología moral y de ascética. Olvidan, sin duda, que existe un medio igualmente fidedigno, aunque menos encomiable, de aprender como funciona la tentación. "Mi corazón -no necesito el de otro-me mostró la maldad de los impíos."

Las cartas no se ampliaron ni se retocaron, ya que sería injusto recargar al lector con un texto que no fue fácil escribir … Luego, al pasar los años y convertirse la sofocante experiencia de escribir las Cartas en un débil recuerdo, se me empezaron a ocurrir ciertas reflexiones sobre esto y aquello, que parecían requerir, de algún modo, un tratamiento "escrutopiano". Pero estaba firmemente decidido a no volver a escribir una "carta". La idea de algo así como una conferencia o un "discurso" planeó vagamente por mi cabeza; idea ora olvidada, ora recordada, pero nunca escrita. Entonces me llegó una invitación del Saturday Evening Post, y eso apretó el gatillo...

A J. R. R. Tolkien


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