Historia de vida
LA HISTORIA DEL CONEJO
Lo frágil sino se protege muere
en su vulnerabilidad
Había una vez un pequeño conejo, imagínatelo como el puño
de la mano humana, tan pequeño e inerme, que después del periodo de amamantamiento
se le deje al cuidado de la naturaleza con todo su orden y su caos. Así es la
naturaleza de estas madres conejo.
Aquí en casa tenemos un criadero de conejos, en un
numero de 38, y con la amenaza de muerte por la fragilidad, el ambiente, el
clima, el no cuidado… y otros detalles. En este mundo vive este pequeño conejo con
esta manada.
Era un miércoles de abril mañana lluviosa y fría, y en
esta área del sur del Asia, Bangladesh, llueve de de cuando de cuando en este
periodo del año, anunciando así la época de las lluvias que incluyen vientos
fuertes con truenos y relámpagos. Y mientras veía caer la lluvia por la ventana
del comedor de la casa, cayó ante mis
ojos un pequeño conejo, que estaba en uno de esos huecos que construyen los
conejos grandes buscando raíces para alimentarse. Estaba empapado y bañado con
tierra, me quite los zapatos y corrí a salvarlo de allí. Lo lleve
inmediatamente al pie del fogón de leña (nota de información aunque parezca cavernícola
aquí en Bangladesh comemos aun todos los alimentos cosidos en leña), lo limpie
un poco y de di con la yema del dedo a beber un poco de agua fresca. Allí al
pie del calorcito del fogón, se caliento por unas dos horas y recuperó un poco
su vigor y se le dejo libre.
Ya en la tarde volví buscarlo en la manada y lo encontré tratando
de resguardarse pero aun estaba débil y como moribundo. Lo tome en mi mano y lo
lleve debajo de una casa que se les ha construido y lo deje allí, cerca de la
puerta de la entrada a la casa de la conejera.
Después de un rato regrese y pregunte a Ronjita, la señora
que nos prepara los alimentos en casa, ¿Qué ha pasado con el pequeño conejo? Y
dijo, que había muerto. ¡No podía creerlo! Y fui a buscar y mire dentro de la
casa de los conejos, allí estaba, nuestro amiguito, limpiándose sus barbas y ya
más fortalecido. El pequeño está bien y mejorando... era otro conejo el que había muerto.
Pensando por el conejo:
La fragilidad de los animales, de los seres vivos y de
los humanos nos debe hacer pensar y llevar a actos de generosidad, de entrega
que nos den pie a construir con y junto a la vulnerabilidad, mirándola no lastimeramente
sino com-padeciéndome, involucrándome.
Y finalmente un consejo de un amigo: Y si ves un conejo acarícialo
(cfr 12 Reglas para la vida, Jordan B. Peterson, Regla # 12, léelo, este
libro te puede ayudar a ser mas compasivo), quizá te recordará que en lo pequeño
de la vida se esconde el don grande de ser agradecidos incluso con lo frágil y
vulnerable del Ser humano.
Posdata: Experimentemos el
temor de ser frágiles y no tengamos miedo de mojarnos con la fragilidad.
Escrito en Casa: Lohanipara, Bangladesh
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