Historia de vida
(1898 - 1963)
Vida y Obras
Un novelista y erudito
literario Irlandés, que destaco en Inglaterra. Fue miembro del
Magdalen College, una prestigiosa escuela de la Universidad de Oxford. Su
fuerte trasfondo religioso influyó en libros como "El problema
del dolor" y "Las Cartas del diablo a su sobrino” (Screwtape
Letters). Es mejor conocido por su trilogía de ciencia ficción para adultos:
"Mas allá del planeta silencioso", "Perelandra. Una viaje a
Venus" y "Esa horrible fortaleza". Esta serie está fuertemente
influenciada por el pensamiento cristiano y se inspiró en su amistad y
asociación con otros escritores J.R.R. Tolkien y
C.S. Williams. Pero quizás sus historias más conocidas pertenecen a
una serie de libros infantiles conocidos como las Crónicas de Narnia que
comienza con "El león, la bruja y el armario". La serie está
salpicada de alegorías y éticas cristianas y clasifica entre los escritos más
importantes para niños en el siglo XX.
Al final de esta Historia de vida, están los sitios web en inglés y español para descargar sus obras.
Aquí presentamos algunos episodios relevanantes de su vida, obra y
genialidad que con profundo conocimiento y sabiduría de vida supo transmitir y
comunicar la fe especialmente al público, en sus escritos, intervenciones en la
BBC, y sus conferencias, charlas, homilías… etcétera.
Clive Staples Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en los suburbios
de Belfast (Irlanda del Norte). Su padre, Albert
Lewis, abogado, se casó con Flora Hamilton, hija de un
pastor protestante anglicano. La pareja tuvo otro hijo,
Warren, tres años mayor que Clive, y los primeros años de la familia fueron muy
dichosos. Albert y Flora eran ávidos lectores y coleccionadores de libros.
Clive —o «Jack», como comenzó a llamarse a sí mismo— compartía su inclinación
literaria. Según decía, «encontrar un libro desconocido en mi casa era como
ir a un campo y saber que siempre podría hallar hoja de hierba nueva». Jack
manifestó también desde temprana edad una extraordinaria facilidad para
escribir, y cerca de los seis años creó un mundo imaginario sobre el que
escribir historias.
Otra cosa notable en su infancia es que ya entonces daba muestras
de la claridad y racionalidad que tanto le caracterizarían. Sin embargo,
existía al mismo tiempo otro aspecto de su vida que contrastaba con esta mente
racional. Desde los seis años aproximadamente tuvo reiteradas experiencias
de algo que no podía nombrar, pero que más tarde describiría en su
autobiografía, Cautivado por
la alegría (1955), como la «experiencia central» de su vida. Se trataba de una
experiencia agridulce, de un «anhelo inconsolable» o de un «deseo
insatisfecho», que le resultaba «más deseable que ninguna otra satisfacción». A
veces se presentaba con una intensidad tal que apenas se diferenciaba de la congoja. Hasta
que pudo comprenderlo mejor, creyó que esta «alegría», como él la llamaba,
constituía un fin en sí mismo. «Volver a sentirla» se convirtió para él en un
deseo supremo. ¿Pero qué era lo que anhelaba? Siempre que volvía a los
poemas, al paisaje o a cualquier otra cosa que hubiese actuado como mediación
de aquella alegría, ésta se había desplazado y parecía estar llamándolo desde
algún otro sitio. No había nada en que pudiese identificarla y decir: «Es
esto».
La infancia, que había sido tan feliz, terminó abruptamente con la muerte
de su madre en 1908, teniendo él apenas nueve años. Después de esto Jack siguió
a Warren por varias escuelas de Inglaterra, sin ninguna satisfacción. Sin
embargo, la situación cambió por completo cuando comenzó estudios particulares
con el antiguo director de su padre, W. T. Kirkpatrick. Al cumplir Lewis
dieciséis años, el señor Kirkpatrick pudo afirmar de él que «era el traductor
de teatro griego más brillante que jamás había conocido». Leyendo a los
autores paganos Jack se percató de que los eruditos consideraban a las mitologías
antiguas como un puro error. Consecuentemente, él
consideró también al cristianismo como otra «mitología», tan falsa como las
demás, y se hizo ateo. Entre tanto, había llegado a la conclusión de que
la alegría no era un fin en sí mismo, sino un indicador de otra cosa. ¿Pero
qué otra cosa? ¿Hacia dónde apuntaba la alegría? Así cometía una equivocación
tras otra al tratar de identificar el objeto de su anhelo.
En 1917 Lewis ganó una beca para ir a Oxford, pero antes de proseguir sus estudios
se alistó en la infantería y marchó al extranjero. Luchó en la batalla de Arrás
y cayó herido en 1918. Después de su regreso a Oxford en 1919, Lewis obtuvo su licenciatura,
en Filología clásica e inglesa, con excelentes calificaciones. En 1925 fue nombrado
Tutor y Profesor de Lengua y Literatura inglesa en el Magdalen College, en
Oxford, donde enseñaría hasta 1954. J. R. R. Tolkien —autor, más tarde, de El Señor de los anillos— fue uno de sus
amigos en la universidad. Tolkien era católico y ayudó a Lewis a comprender que
mientras las «historias paganas no eran más que la expresión de Dios a través
de la mente de los poetas», el mito cristiano era algo que «ocurrió realmente»,
«una verdad convertida en hecho». Ambos dedicarían
mucha atención al tema del mito, pero la consecuencia más importante de esta amistad
fue la conversión de Lewis al cristianismo en 1931. En su autobiografía, Cautivado por la alegría (1955), Lewis se autodescribe como el «converso más reacio de Inglaterra»,
«con tantos deseos de formar parte de la Iglesia como del zoológico». Aceptó la
fe por la clara y simple razón de creer en su verdad. Y con esta creencia
en Dios se disipó por fin el viejo misterio de la alegría. Lewis
comprendió que la alegría había apuntado siempre hacia Dios. Durante un
tiempo pensó que la alegría podía ser un sustituto del sexo. Ahora lo veía al
revés: es el sexo lo que frecuentemente sustituye a la alegría.
Hasta aquel momento Lewis había sido un hombre con dotes literarias, pero
sin nada que decir. Con su conversión todo lo que le había frenado desapareció,
y los libros llovieron de su pluma. En 1936 publicó La alegoría del amor, obra magistral que
le valió el renombre de historiador literario erudito, con un estilo refinado y
de agradable lectura. La siguieron otras obras críticas, entre las que se
encuentra A Preface to Paradise Lost, de 1942. Con todo, es su faceta de apologista cristiano la que le
proporcionó mayor fama.
Su habilidad para expresar las verdades del cristianismo con naturalidad le
hace único como apologista, tanto en las obras de ficción como en las
estrictamente apologéticas. Antes de convertirse, Lewis concebía a la razón
como el «órgano de la verdad» y a la imaginación como el «órgano del sentido».
Es decir, veía a la imaginación como una productora de sentido, un medio a
través del cual se operaba nuestra recepción de la verdad. La relación entre la
razón y la imaginación le resultaba incomprensible antes de convertirse al
cristianismo, pero con su conversión llegó a ver claro que podían operar juntas
y que a menudo lo hacían. Este hecho tendría enormes consecuencias,
ya que su «ficción teológica», si se puede llamar así, es en gran
parte resultado de su manera de entender la imaginación como configuradora de sentido
y condición necesaria para la verdad. Al captar esta conexión y acercarse
al lector unas veces con relatos y otras mediante la apologética, Lewis
conseguía complacer a un tiempo al corazón y a la cabeza.
Un ejemplo temprano de ello es la primera de las tres novelas de su Trilogía de Ransom, Lejos del planeta silencioso (1938). En ella se narra un viaje a Malacandra (Marte), y a través de esta
aventura Lewis construye un mito sobre las acciones de Dios en aquel planeta.
El autor se muestra teológicamente coherente en toda su ficción. La acusada
originalidad de sus relatos reside en sus «suposiciones» teológicas: «¿Y si en
Marte hubiera habitantes que hubiesen caído?», «¿Qué ocurriría si Cristo se
encarnara en un león en una tierra de animales parlantes?». Con estas suposiciones
Lewis no contradice la doctrina de la Iglesia; antes bien, él tenía la esperanza
de que sus ficciones aportaran claridad al sentido de aquélla. En el primero de
estos «libros teológicos de aventuras», Lejos del planeta silencioso, Elwin Ransom, un
filólogo cristiano, es secuestrado y conducido a Malacandra en una nave espacial
por un científico, el Dr. Weston. Éste cree equivocadamente que sus habitantes
practican sacrificios humanos. Ransom aprende pronto el «antiguo solar», lenguaje
que se hablaba antes del Pecado Original, y descubre que, a diferencia del nuestro,
este planeta nunca pecó, ni necesitó la Encarnación. Maleldil —para nosotros,
Dios— rige el planeta mediante un arcángel. Lewis logra describirnos el ambiente
como si se tratara de un lugar real, pero su mayor logro es imaginar una raza
de criaturas racionales sin mácula.
El segundo libro de la trilogía se titula Perelandra (1943).
Ransom realiza otro nuevo viaje espacial a Perelandra, que conocemos como Venus. Perelandra se halla aún en su infancia, y sus
«Adán» y «Eva» —Tor y Tinidril — son todavía perfectos. El Dr. Weston, el
científico que había llevado a Ransom a Malacandra, aparece aquí de nuevo.
Pronto se comprende que Weston (portavoz del infierno) tiene la intención de
provocar que la perelandresa «Eva» desobedezca a Maleldil y experimente así una
caída similar a la de nuestra Eva. Ransom se da cuenta de que su misión allí es
ayudar a Tinidril a resistir. Ninguna síntesis puede hacer justicia a la obra de
concepción tan perfecta y tan excelentemente realizada como ésta. Perelandra es una obra hermosa, apasiona, pero
más importante aún es que Lewis excede incluso a Milton al imaginar una
humanidad sin mácula. A este libro le sigue una tercera novela de aventuras, Esa horrible fortaleza (1945), ambientada
en la Tierra. Los relatos pueden resultar por sí mismos entretenidos como relatos
de aventuras de primera línea, mas la ventaja adicional es que en estas fantasías
la teología se halla de tal forma imbricada que muchos lectores terminan adentrándose
en el Evangelio sin saberlo.
Otra forma ingeniosa en que Lewis logró superar muchos prejuicios contra el
Evangelio fue su agudo libro Cartas del
diablo a su sobrino (1942). En ellas un
viejo demonio, Screwtape, instruye a otro más joven, Wormwood, sobre el modo de
tentar
a un muchacho en la Tierra. Para Screwtape, Dios es «el Enemigo», mientras
que Satán, por lo mismo, es «nuestro Padre allá abajo». Esta inversión de las
cosas supuso para Lewis un trabajo «monótono e irritante». No obstante, para el
lector es a la vez divertido e instructivo ver sus pecados y debilidades desde
un ángulo tan desacostumbrado. Por ejemplo, al escribir sobre la humildad,
Screwtape le dice a Wormwood:
«Al sujeto debes ocultarle el verdadero fin de la humildad. Hazle pensar en
ella no como en el olvido de sí mismo, sino como en una cierta forma de opinión
(a saber, una opinión desfavorable) sobre sus propios talentos y carácter… Por
este método se ha logrado que miles de humanos piensen que la humildad consiste
en que las mujeres bonitas crean que son feas y los hombres inteligentes crean
que son tontos. Como es posible que en algunos casos lo que intentan creer sea
una solemne tontería, entonces admitirlo
les resulta inconcebible y nosotros conseguimos que sus mentes giren sin cesar
sobre sí mismos en un empeño vano».
Quizá la mayor ventaja al emplear este ángulo de visión sea la luz que se
proyecta sobre Dios. Hablando de nuevo sobre la humildad, Screwtape dice:
«El Enemigo quiere conducir al hombre a un estado de ánimo en el que diseñe
la mejor catedral del mundo, sabiendo que es la mejor y regocijándose por el
hecho, pero sin que su alegría por haberla construido resulte mayor (o menor),
o diferente de la que habría sentido si el constructor hubiera sido otro
hombre. El Enemigo quiere al hombre tan libre de cualquier inclinación a su
favor, que pueda regocijarse de sus propios talentos con la misma sinceridad y
gratitud con que se regocija de los del vecino —o por la alegría de ver un
amanecer, un elefante o una cascada».
C. S. Lewis terminó de reunir los ensayos por varias peticiones insistentes
que dejo organizad poco antes de su muerte, en El diablo propone un brindis,
está dedicado casi por completo a la religión, y los trabajos de que consta
proceden de diversas fuentes. Algunos de ellos aparecieron en They Asked for
a Paper (Geoffrey Bles, Londres 1962, 21s.), una colección entre cuyos
temas se incluía la literatura, la ética y la teología.
La labor apologética de C. S. Lewis imprimió un aire nuevo a la realizada
por la mayoría de los teólogos anglicanos, siendo del todo ortodoxo. Aceptó el
carácter sobrenatural de la Iglesia en todo su rigor y nunca trató de ser
«original». En realidad, tenía una opinión bastante negativa de la originalidad
como tal, y sostenía que «la originalidad en el Nuevo Testamento es claramente
una prerrogativa exclusiva de Dios… Nuestro destino parece hallarse por entero
encaminado en la dirección opuesta… en convertirnos en claros espejos de la
imagen de un Rostro que no es el nuestro». Al describir su impulso por escribir
libros teológicos, Lewis decía que, cuando comenzó, «el cristianismo se
presentaba ante la gran masa de mis compatriotas no creyentes bajo una forma
extremadamente emocional ofrecida por los evangelistas, o a través del lenguaje
ininteligible de pastores eruditos. Ninguna de estas dos representaciones
llegaba hasta aquellos hombres. Mi tarea fue, por tanto, la de un simple traductor, alguien que formulaba las
doctrinas cristianas, o lo que creía que eran éstas, en lenguaje vulgar, en un
lenguaje que la gente sin educación pudiera seguir y entender». A muchos les
podrá parecer irónico que C. S. Lewis, que no tenía la menor intención de ser
«original», sino que se preocupaba desesperadamente por preservar y transmitir
la fe, sea por esta misma razón uno de los teólogos más originales del siglo
XX.
De todos los libros teológicos de Lewis, el más representativo, y
ciertamente uno de los mejores, es Cristianismo
esencial. Es una recopilación de cuatro
series de charlas sobre teología que Lewis impartió a petición de la BBC. Lewis
aclara su propósito en el Prefacio: «Desde el momento en que me convertí al cristianismo
he pensado que el mejor —quizás el único— servicio que podía prestar a mis
vecinos ateos era explicar y defender las creencias que han compartido los
cristianos de todos los tiempos… No exponía algo así como “mi religión”, sino
el cristianismo “esencial”, que es y ha sido así mucho antes de que yo naciera,
tanto si me gusta como si no».
La primera serie de charlas de Cristianismo
esencial versa sobre «El Bien y el Mal», y
nos permite formarnos una idea de la claridad con que Lewis se expresaba. Después
de distinguir entre la ley que gobierna a la naturaleza (uno de cuyos casos es la
gravitación) y la ley que gobierna al hombre, Lewis dice: «Siempre que
encontréis a un hombre que afirme no creer en la realidad del bien y del mal,
lo veréis desdecirse de ello un momento más tarde… Una nación puede decir que
los tratados no tienen importancia; y quizá un minuto después se vuelven atrás
diciendo que el tratado en particular que querían romper era un tratado
injusto. Mas si los tratados no tienen importancia, y si no existen cosas tales
como el bien y el mal —en otras palabras, si no existe ninguna ley de la
naturaleza—, ¿cuál es la diferencia entre un tratado justo y otro injusto?
¿Acaso no se engañan a sí mismos al evidenciar que, digan lo que digan, realmente
conocen la ley de la naturaleza, lo mismo que cualquier otra persona?».
Otro ejemplo de la notable habilidad de Lewis para «traducir» un concepto teológico
muy difícil en el lenguaje popular aparece en un capítulo sobre la Encarnación.
Hablando sobre la sempiterna cuestión de si Jesús fue realmente «Dios o un
hombre bueno», Lewis dice:
«Intento impedir que alguien diga esta solemne tontería, a veces tan frecuente,
sobre Cristo: “No tengo inconveniente en aceptar a Jesús como un gran maestro
moral, pero no acepto su pretensión de ser Dios”. Esto es precisamente lo que
no debemos decir. Un hombre que fuese simplemente un hombre y dijese la clase
de cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro de moral. Sería, o bien un
lunático —igual que el hombre que dice ser Napoleón—, o, en caso contrario, el
demonio del infierno. Es preciso escoger. O este hombre fue, y es, el Hijo de
Dios: o fue un loco, o quizá algo peor. Podéis encerrarlo por loco, podéis
escupirle a la cara y matarlo como a un demonio; o podéis caer a sus pies y
llamarlo Señor y Dios. Pero no caigamos en la simpleza de decir que fue un gran
maestro. Él no quiso dejar este problema sin resolver».
Una de las cosas más renovadoras del capítulo sobre «Conducta cristiana» en
Cristianismo esencial es que, aun cuando Lewis abogaba por principios morales estrictos, nunca
consideró a la moralidad como un fin en sí mismo. «La moralidad», decía,
«existe para ser trascendida. Actuamos por deber con la esperanza de que algún
día realizaremos los mismos actos espontáneamente y con placer». En Cristianismo esencial encontramos uno de
los mejores ejemplos de la forma en que «traducía» su experiencia de la alegría
en términos cristianos. Aparece en un capítulo sobre «La esperanza», donde
Lewis contrasta los diferentes modos en que la gente moderna se conduce frente
a los anhelos de inmortalidad. Lewis expone lo que él llama el «modelo
cristiano»:
«El cristiano dice: “las criaturas no habrían nacido con deseos, a menos que
la satisfacción para estos deseos existiese. Un bebé tiene hambre es porque
existe la comida. Un patito quiere nadar; pues bien, existe una cosa que es el
agua. De la misma manera los hombres sienten deseo sexual porque existe el
sexo. Si yo descubro en mí un deseo que ninguna experiencia de este mundo puede
satisfacer, la explicación más probable es que yo no pertenezca a este mundo.
Si ninguno de mis placeres terrenales lo satisface, no significa que el
universo sea un fraude. Probablemente los placeres terrenales no hayan tenido
nunca la función de satisfacerlo, sino sólo de despertarlo, de sugerir su
verdadero fin. Si esto es así, debo cuidar, por una parte, de no ser ingrato ni
despreciar nunca estas bendiciones terrenales, y, por la otra, de no
confundirlas jamás con aquella otra cosa de la cual éstas son sólo una copia,
un eco o un espejismo. Debo mantener vivo en mí mismo el deseo por mi verdadero
país, ese que no encontraré hasta después de mi muerte; nunca debo permitir que
quede sepultado o desplazado; debo hacer que el principal objetivo de la vida
se convierta en hacer presente ese otro destino y en ayudar a los otros a que
hagan lo mismo”».
Otro libro de ficción siguió a las emisiones que dieron nacimiento a Cristianismo esencial: El gran divorcio (1945). Durante mucho tiempo Lewis se había interesado por la idea,
recogida en Prudencio, acerca de un «refrigerium» o «asueto» que a veces se
concedía a los que estaban en el infierno. «Aun los espíritus culpables tienen
a menudo vacaciones de sus castigos bajo la Estigia», decía Prudencio. En el
Prefacio de su libro, Lewis comenta los constantes intentos de «casar» el cielo
con el infierno. Esta idea, según dice, «se basa en la creencia de que la
realidad nunca nos enfrenta a una alternativa absolutamente inevitable del tipo
“o esto o lo otro”; con habilidad y paciencia, y (sobre todo) con tiempo
suficiente, siempre puede encontrarse algún modo de abrazar ambas alternativas;
el mero desarrollo de las situaciones, su ajuste o su depuración transformará
de algún modo el mal en bien sin que se nos exija al final un rechazo total de algo a lo que no quisiéramos renunciar. Para mí esta
creencia es un terrible error».
Lewis le da a su relato la forma de un sueño en el que a un grupo de
hombres y mujeres que están en el infierno se les concede permiso para hacer un
viaje hasta las cercanías del cielo. Lewis se incluye en este grupo, y en el
momento en que se enfrentan cara a cara con la realidad del cielo se dan cuenta
de lo insustanciales que son. Frente a los árboles y la hierba dura como el
diamante del cielo, los condenados parecen «manchas hominiformes en la
brillantez del aire». Algunos de los bienaventurados que han conocido en la
Tierra salen a su encuentro. Están allí para urgir a los espíritus condenados a
que se queden, y les prometen que a su debido tiempo «se harán más fuertes» y
podrán soportarlo. Lewis oye sin querer una serie de conversaciones entre los
condenados y los bienaventurados, que no dejan duda de que los condenados
eligen realmente el infierno antes que el cielo, de que cada uno de ellos se ha fabricado su propia prisión y ha echado el cerrojo de la puerta
por dentro. Su guía le dice: «En última instancia, sólo hay dos clases de
personas: las que le dicen a Dios: “hágase Tu voluntad”, y aquéllas a quienes
Dios dice, en el último instante: “hágase tu voluntad”. Todos los que están en el
infierno lo han decidido así. Sin esta autoelección no podría existir el
infierno. Ningún alma que desee la felicidad seria y constantemente la
perderá».
No pasó mucho tiempo antes de que Lewis fuese saludado como incuestionable sucesor
de G. K. Chesterton. Pero como Chesterton, Lewis intentó cumplir la voluntad de
Dios empleando también otros medios aparte de la literatura. Durante los años de la guerra comenzó a prodigarse por
entero al servicio de otros cristianos.
Además de las emisiones para la BBC, la Fuerza Aérea Real lo reclutó para
que recorriera todas las bases del país impartiendo charlas sobre teología.
Hubo también otras muchas invitaciones para predicar, escribir, dar
conferencias, y él las aceptó todas como parte de su «compromiso en la guerra».
Mientras, en casa le esperaba un trabajo aún más duro, que crecía con los años:
el correo diario. Recibía cartas de todas las partes del mundo, y solía
responder a todas de su puño y letra a vuelta de correo. Nunca sabremos cómo se
las arregló para poder hacerlo. La relación completa de sus actos precisa
revelar algo que sólo se supo después de su muerte: desde que obtuvo los
primeros ingresos por sus escritos, dos tercios de sus derechos se destinaban a
una institución benéfica en la que intervenía su abogado. La mayor parte se
donaba a viudas y huérfanos que vivían, según se sabe, en un estado deplorable.
Se cree a veces que Lewis reservó sus mejores libros para el final. Me refiero,
naturalmente, a sus siete Crónicas de
Narnia, que según parece se ha convertido
en una de las obras para niños más populares del mundo. En el primero de estos
cuentos de hadas, El león, la bruja y el armario, Lewis introduce a sus lectores en el país imaginario de Narnia. Es ante
todo un mundo de animales parlantes y está gobernado por un rey león llamado
Asían. Es un león de gran sabiduría, severidad y ternura, el más querido de
todos los personajes de estos libros. Al explicar lo que había detrás de este
acto de audacia extraordinaria haciendo de Asían un personaje singular de estos
libros, Lewis dijo que Asían era la respuesta a esta cuestión: «Suponed que
hubiese un mundo como Narnia y que tuviese necesidad de ser salvado, y que el
Hijo de Dios fuese a redimirlo, del mismo modo que vino a redimir el nuestro,
¿cómo podría haber ocurrido todo en aquel mundo?». Audaz o no, la aventura es
muy acertada. Algunos lectores reconocen instantáneamente a Cristo en Asían, y
según parece esto les ayuda a amar en Cristo lo que aman en Asían. Parece que los niños que no logran
ver la relación desde el principio obtienen el mismo provecho. De una manera completamente
libre e imparcial, podrán descubrir un buen día que las cosas que les gustan y
que admiran en Asían son en realidad propias de Cristo. Ciertamente Lewis
esperaba que se estableciera esta relación. Al final de El viaje del «Amanecer», los niños le
confían a Asían que temen regresar a su mundo porque allí no podrán encontrarle.
«Sí que me encontraréis», dice Asían. «Mas allí mi nombre es otro. Debéis
aprender a conocerme por ese nombre. Ésta fue la verdadera razón por la cual se
os trajo a Narnia, para que conociéndome aquí un poquito, podáis conocerme mejor
allá».
Cuando todos los cuentos estuvieron a la venta, Lewis explicó el motivo que
le había empujado a escribirlos. «Creí comprender que las historias de este
tipo podían acabar con ciertos prejuicios que habían paralizado en mi infancia
la vida religiosa». «¿Por qué era tan difícil tener hacia Dios y hacia la
Pasión de Cristo los sentimientos que nos enseñaban? Pensé que la razón
principal de esa dificultad es que tales sentimientos se nos imponían como una
obligación. Y la obligación puede congelar los sentimientos… Si lográsemos
proyectar todas estas enseñanzas en un mundo imaginario, sin verlas a través de
un vidrio coloreado y sin asociarlas con la predicación dominical ¿podríamos
entonces lograr que apareciera por primera vez con toda su fuerza? ¿Acaso no
sería éste el modo de vencer aquellos prejuicios que acechan como atentos
dragones? Pensé que sí».
A pesar del hecho de que Lewis fue uno de los conferenciantes de Oxford más
populares y de que sus éxitos como literato fueron enormes, nunca recibió la recompensa
de una cátedra profesional en su propia universidad. El resentimiento que despertaba
su popularidad como apologista cristiano fue, sin duda, el culpable. Con todo,
el error de Oxford fue compensado en 1955 por la Universidad de Cambridge cuando
ésta creó, pensando en Lewis, la cátedra de Literatura inglesa medieval y renacentista.
Lewis aceptó el puesto en 1955, convirtiéndose al mismo tiempo en miembro del
Magdalen College, en Cambridge. Lewis conservó su casa de Oxford, adonde volvía
los fines de semana y en vacaciones.
En esta misma época Lewis conoció a la poeta americana Joy Davidman Gresham.
En 1954 Joy estaba divorciada y vivía en Oxford con sus dos hijos. En 1956,
cuando empezaron a estrechar su amistad, a Joy se le diagnosticó un cáncer muy
avanzado y grave. Un pastor protestante anglicano los casó en el hospital al
año siguiente. Inesperadamente, Joy se repuso y ella y Lewis vivieron juntos
varios años de gran felicidad. De este período es el libro Los cuatro amores (1960). Al morir Joy
en 1960, Lewis quiso reflejar los sentimientos de esta dolorosa pérdida en un
breve y conmovedor libro, Una pena
observada.
Para entonces Lewis se había ganado el respeto de toda la comunidad
cristiana —católicos y protestantes— por su adhesión a ese «enorme terreno
común» de creencias cristianas esenciales y por su negativa a implicarse en
disputas sectarias y «riñas teológicas». Pero Lewis había descuidado su propia
salud desde su matrimonio. Poco después de terminar su último libro, Letters on Malcolm: Chiefly on Prayer, sufrió un ataque al corazón en julio de 1963 y estuvo en coma durante veinticuatro
horas. Una vez recobrado, pasó los pocos meses que le quedaban escribiendo a
unos viejos amigos. «No puedo dejar de sentir lástima al haber vuelto a la
vida», le dijo a uno de ellos. «Después de haber sido conducido tan suavemente
y sin ningún dolor hasta la Puerta, resulta duro ver que se cierra ante las
propias narices, sabiendo que habré de pasar otra vez por el mismo proceso
algún día, ¡y quizás de una forma mucho menos placentera! ¡Pobre Lázaro! Pero
Dios sabe lo que hace». Lewis murió pacíficamente en su casa, en Oxford, el 22
de noviembre de 1963. Pocos hombres estuvieron tan bien preparados.
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Clive Staples or C.S. Lewis (1898-1963) was a Irish literary scholar and novelist. He was a fellow of Magdalen College, a prestigious school at Oxford University, England. His strong religious background influenced such books as "The Problem of Pain" and "The Screwtape Letters". He is better known for his adult science fiction trilogy: "Out of a Silent Planet", "Perelandra", and "That Hideous Strength". This series is heavily influenced by Christian thinking and was inspired by his friendship and association with fellow writers J.R.R. Tolkien and C.S. Williams. But perhaps his best known stories belong to a series of children's books known as the Chronicles of Narnia which begins with "The Lion, the Witch and the Wardrobe". The series is peppered with Christian allegory and ethics and rates among the most important writing for children in the 20th century. (Oxford Companion to English Literature, Chambers Biographical Dictionary) Siries & Books, Catalogue Search CLICK
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